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Friday, July 8, 2016

Chile: Confusión política y deterioro económico

Hernán Büchi advierte que "Si la primera autoridad no entiende esa realidad, o los moderados que la acompañen no la empujan en esa dirección, el riesgo es que los grupos más extremos --cuya agenda es simplemente la del poder y no la del progreso-- continúen con su estrategia de 'vamos por todo'".

Hernán Büchi fue Ministro de Hacienda de Chile.
Las marchas y contramarchas de las políticas del Gobierno y la opinión unánime respecto del lento avance de nuestra economía hoy y en el futuro próximo son los dos elementos que han marcado las últimas semanas.
Luego que el ministro de Hacienda sincerara las cifras y calculara un crecimiento anual cercano al 2,5%, al Banco Central de Chile le tocó el turno en su informe de septiembre de rebajar las proyecciones a un rango de 2 a 2,5%. Hace solo un año estimaba un valor de 3% a 4% para 2015. Que el Imacec de julio, de 2,5%, haya sido visto como algo esperanzador por algunos es indicativo de lo poco que esperamos de nuestro progreso. Incluso, el propio ministro tuvo que llamarlos al realismo.



Pero más novedosa es la visión del Banco Central respecto del futuro. Rebajó sus estimaciones del producto tendencial a un rango de 3,3% a 3,7%, pero además destacó un concepto distinto —el producto potencial— con un valor de solo 3,1%. Es precisamente ese número el que considera relevante para las decisiones monetarias, y en la práctica implica que hay poca holgura en la economía. Ese dato, mirado en conjunto con la proyección de inflación de 4,6% a diciembre, ya superada con el IPC de agosto, que acumula en 12 meses 5%, muestra que el espacio para una política monetaria expansiva se estrechó. No es extraño que las expectativas del mercado muestren que el próximo movimiento de tasa será al alza y en un futuro no tan lejano.
Es cierto que las condiciones externas no son ventajosas para los países productores de materias primas. Pero Chile tiene la condición especial de beneficiarse por la caída del precio del petróleo, que compensa en parte el menor precio del cobre. Nuestro país se destacó en el pasado por superar a Latinoamérica y ello le permitió un salto en el bienestar general. Hoy está entre el montón, sobrepasado o a la par con países como Colombia, Perú, Uruguay y México.
Si miramos el mundo, China se modera más allá de lo previsto, pero otros, en particular EE.UU. y Europa, están más dinámicos. La combinación de cifras estadounidenses hace posible que el próximo 17 de septiembre la Reserva Federal inicie un alza de las tasas de interés. El mercado estima esta posibilidad solo en un 30%, pero si analizamos declaraciones recientes y datos de su economía es más probable de lo que parece. Los problemas de China no tienen prácticamente impacto en ese país y además se beneficia por la búsqueda de los inversionistas de lugares más seguros.
Una economía flexible y vigorosa como la del pasado en Chile rápidamente se adaptaría a esta nueva situación absorbiendo los golpes y aprovechando las oportunidades. A comienzos de los 90, con un precio del cobre deprimido, el país creció como no la había hecho nunca.
Pero el entorno interno no hace esto posible ahora. Existe reconocimiento del error de las políticas, sea en su concepción, implementación u oportunidad. Sin embargo, el Gobierno persevera en un camino zigzagueante y confuso de idas y venidas. La reforma constitucional sigue latente y —aunque prime el silencio sobre su objetivo— para cualquier observador solo puede significar derechos de propiedad más débiles, mayor poder discrecional de los burócratas y políticos de turno e inestabilidad institucional. Las inseguridades no hacen sino acentuarse cuando el ministro Eyzaguirre hace un análisis descarnado de lo vivido con las reformas a la fecha, con énfasis en su desempeño en Educación; al día siguiente la ministra del área plantea un plan acelerado para profundizar las reformas que al día subsiguiente es moderado por nuevas declaraciones contradictorias. En el instante en que el realismo y sensatez que tanto ayudaron a Chile a dar su salto de progreso parecen florecer, aparecen con igual ímpetu visiones rupturistas, con un marcado tinte ideológico de corte setentero.
¿Por qué en lugar de una propuesta educacional estatista y corporativista no se buscan soluciones que aprovechen la iniciativa de las personas y las nuevas tecnologías? ¿Por qué se insiste en un sistema tributario politizado, con facultades discrecionales, confrontacional y poco amigable con la creación de riqueza y de premio a la innovación? ¿Por qué insistir con una ley laboral basada en el añejo concepto de lucha de clases y contra el empleo?
¿Por qué sucede esto? ¿Es solo temor al ala de extrema izquierda de la Nueva Mayoría y a su vocación de que todo vale para imponerse? ¿O hay algo más profundo en el corazón del Gobierno?
Es iluminador al respecto atender a lo que hace y dice la Presidenta Michelle Bachelet. En El Salvador alabó y recordó con nostalgia su experiencia en la Alemania comunista y su red de protección social. El problema no es solo que estas experiencias se daban en el contexto de los peores y más crueles totalitarismos de la historia, donde las élites se eternizaban en el poder con privilegios de los que la gran mayoría carecía. Peor aún es que esos supuestos beneficios sociales tenían pies de barro, y por ello sin que los líderes entendieran lo que pasaba se desmoronó el edificio comunista que habían armado. No pudieron lograr un sustento económico sólido que creara e innovara. Por el contrario, el denostado capitalismo, aún en momentos difíciles como los vividos desde el 2008, crea y avanza. La tecnología de las comunicaciones hace que hoy la mayoría interactúe como era impensado siete años atrás. La revolución en gas y petróleo promete energía barata nuevamente. De todo esto y de mucho más era incapaz el comunismo. Una red social, que además no era buena en la mayoría de los países comunistas, no puede ir separada de un genuino progreso y ello se da solo con grados importantes de libertad.
Si la primera autoridad no entiende esa realidad, o los moderados que la acompañen no la empujan en esa dirección, el riesgo es que los grupos más extremos —cuya agenda es simplemente la del poder y no la del progreso— continúen con su estrategia de "vamos por todo". Pocas esperanzas quedarán con ello de nuestro soñado despegue hacia el desarrollo.

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